La polémica suscitada alrededor de la Plaza Vieja de Almería ha generado un variado y nutrido conjunto de opiniones y comentarios; todos respetables, pero, en mi opinión, no siempre constructivos. Demasiado trasfondo de coloraos contra azules, de izquierdas contra derechas. Para mí, un debate algo rancio en ocasiones que, más que aclarar, ha ido enconando aún más las posiciones.

Me gustaría referirme aquí a la experiencia sensorial del que visita la plaza más allá de las disquisiciones políticas e ideológicas que han venido alimentando últimamente esta controversia. Una plaza, que es uno de los mejores ejemplos de plaza mayor porticada con ayuntamiento del sudeste español y que, sin pretensión de comparar, tiene sus precedentes en las plazas mayores de otras ciudades de nuestro país como Salamanca, Valladolid, Madrid o Córdoba.

El tiempo suele ir aclarando las cosas como si de una batea para extraer oro se tratara. A base de agitar el agua el agua mezclada con la tierra se va desprendiendo la grava hasta quedar lo auténticamente esencial, lo permanente, lo valioso: las pepitas de oro; mezcladas, eso sí, con algo de arena, porque la pureza extrema no existe. Solo aproximaciones.

La lectura de mucho de lo que se ha escrito sobre este asunto a lo largo de estos últimos meses me ha ido produciendo un efecto similar al que provoca cada vaivén en esa batea a la que me he referido y me ha llevado a la convicción de que el fondo auténtico que anima esta polémica tiene poco que ver con los coloraos o con la conveniencia de una reforma integral de la plaza. Más bien, responde a enfrentamientos, a veces absurdos, en los que las personas nos enredamos con demasiada frecuencia sin más objetivo que el intento de hacer prevalecer una posición, en aras de alguna razón más personal que colectiva y que, por tanto, no es la que suele beneficiar más a la sociedad en general y por ende a la ciudad.

Entre los que están a favor de que todo quede como está, es decir, en contra de la reforma de la plaza nos encontramos con argumentos que se centran en el valor de los coloraos, aquellos mártires que lucharon por la libertad; otros, en la insensibilidad que demostró algún político de turno sobre la conveniencia de homenajearlos; alguno se refirió al coste de las obras de desmontaje y traslado del pingurucho; algunos más, sobre la pérdida de la sombra que arrojan los árboles actuales; afortunadamente muy pocos sobre, el supuesto escaso valor arquitectónico y urbanístico de la plaza.

Respecto de los que están a favor de la reforma integral, traslado de pingurucho y ficus incluidos, se centran fundamentalmente en la oportunidad para recuperar un espacio arquitectónico único en Almería; en la visión de una plaza semioculta en las últimas décadas; en la oportunidad para disponer de un espacio más flexible y adaptado a cualquier evento público; en que iba en el programa electoral del partido gobernante y, por tanto, se da por asumida la reforma o en que la recuperación los valores esenciales de la plaza no es incompatible con el valor y mantenimiento del pingurucho y los ficus, al poderse trasladar a otro lugar más adecuado.

Sin embargo, las opiniones en contra de la reforma han sido mucho más sonoras aunque, a mi parecer, no reflejan el sentir mayoritario de la sociedad almeriense cuando se explica bien el problema. De hecho, es curioso, que cuando se comenta este asunto en persona dentro grupos reducidos de diferentes sensibilidades, y he tenido oportunidad de debatirlo en diversos foros, se percibe una opinión mayoritaria a favor del traslado de los ficus y pingurucho. Y los que están inicialmente en contra, si no están excesivamente influenciados ideológicamente, a poco que se les argumente suelen aceptar la posibilidad de la reforma prevista. Parece, como si los que están a favor del traslado de pingurucho y ficus no se atrevieran a manifestar públicamente su opinión por miedo a que los tachen de contrarios a la libertad, de defensores del absolutismo de Fernando VII, de fachas, de poco ecologistas, de antidemócratas o de cualquier otro calificativo que provoca esos miedos que nos suelen atenazar, en ocasiones, al ser humano. En cualquier caso, respeto tanto a los que están en contra como a los que están a favor, a los que lo manifiestan como a los que no lo hacen. Estoy seguro, que si profundizamos adecuadamente, todos tienen loables razones para opinar como opinan.

Descubrir un espacio único
Mi opinión es que, con el traslado de los ficus y el pingurucho, Almería va a descubrir un espacio único y singular de gran valor estético, arquitectónico y urbanístico, semioculto durante muchos años. Un espacio con una singularidad que reside en un conjunto de características como sus generosas y óptimas dimensiones, sus adecuadas proporciones, la regularidad en el ritmo de sus vanos y macizos, su escala apropiada, su homogeneidad, su condición unitaria y el carácter que impregna todo su conjunto construido. Todo lo anterior hacen de la Plaza Vieja un espacio sin precedentes en nuestra provincia a nivel arquitectónico al margen de otras consideraciones históricas o sociales. Recuperar el carácter diáfano de la plaza, su esencia como espacio urbano que acoja con serenidad casi cualquier actividad supone descubrir su identidad, atender a su autenticidad.

Actualmente, resultan difíciles de apreciar los valores que atesora la plaza al encontrarse parcialmente ocultos y no ya porque estén físicamente tapados y se dificulte su visión directa sino porque la presencia de elementos, fuera de escala para ese entorno o con una alta carga decorativa que actúan a modo de imán visual, como el pingurucho, desvían la atención que merece el resto del conjunto construido, incluida la magnífica cúpula del convento de Las Claras, generando un cuasi conflicto óptico y estético.

Despojar la plaza de lo que, en mi opinión, le es ajeno, la dotaría de mayor intensidad urbana, de mayor claridad, en contraposición con ese estado insulso, confuso, anodino y falto del carácter que actualmente transmite.

El arquitecto almeriense José Ángel Ferrer, durante una conferenciaLA VOZ
Ahora bien, igual que digo lo anterior, posicionándome a favor de una Plaza Vieja despejada, sin los ficus y sin el pingurucho, también creo conveniente manifestar lo siguiente:

El pingurucho debería ubicarse en un lugar preferente y relevante. Para mí, el mejor con diferencia, sería donde actualmente se encuentra el obelisco sur de la rambla funcionando así como fondo de perspectiva y estableciendo una adecuada relación con el mar próximo. De esta forma recuperaríamos la memoria del lugar por donde entraron y fueron asesinados los coloraos estableciendo una necesaria y adecuada dialéctica entre ambos espacios. Sin embargo, esto obligaría a eliminar el obelisco que tan acertadamente se ubicó en ese punto de la rambla. Por tanto, si tenemos que buscar otra alternativa, quizá una solución podría ser el comienzo del parque Nicolás Salmerón frente al Gran Hotel, pero habría que acondicionar muy bien ese espacio para que el pingurucho se presentara con todo el esplendor que merece evitando que aparezca como un elemento residual y descontextualizado.

Los ficus podrían trasplantarse si su coste es razonable. Lo importante es la tendencia a ir aumentando la vegetación en nuestra ciudad al margen de episodios puntuales que obliguen a prescindir de algunos árboles de forma esporádica en aras de alguna actuación de mayor relieve. La creación siempre implica destrucción. No hay que tener miedo a eliminar algo si no tiene un gran valor o se puede disponer en otro lugar con igual o mejor resultado. Y este es el caso, tanto de los árboles como del pingurucho.

Por último, y no por ello menos importante, la futura plaza debería diseñarse y ejecutarse con el mayor acierto y sabiduría posibles. Desde mi modesta opinión, no me gustaría dejar de sugerir que se replantease el diseño del pavimento previsto que ha aparecido en algunos medios y redes sociales. Creo que el nuevo pavimento de la plaza, no se debe convertir en un elemento con demasiado protagonismo que pudiera entrar en conflicto visual con el resto del espacio. Un pavimento más neutro que subrayara la galería porticada y la fachada del ayuntamiento podría resultar algo más adecuado. También, habría que disponer elementos de sombra creativos e innovadores, donde se le pueda dar cabida a la vegetación natural evitando las típicas y convencionales pérgolas o sombrillas. Así, la Plaza Vieja debería transformarse en un espacio moderno, pero manteniendo su esencia y carácter original.

En definitiva, una plaza que se convierta en una referencia para nuestra provincia, antesala y vestíbulo del recorrido hacia la ausente Alcazaba actuando de enlace entre el centro histórico y el monumento que dio origen a la ciudad.